Inicio ¡Wow! Subiendo 8 Everests, una historia de superación trans Parte 3

Subiendo 8 Everests, una historia de superación trans Parte 3

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En ese tiempo se dio un boom del bodybuilding, que de hecho fue todavía la colita de su época dorada. O sea, yo podía moldear mi cuerpo de la forma que se me diera la gana y ser un imán para las mujeres (o eso creí). Si de casualidad vieron a un chavito patético vestido de traje blanco con un puro en la mano, no era Luismi, era yo. Eso sí, con un cuerpo mejor que el que le fabricaron a él para el video de “Cuando calienta el sol”, que fue revolucionario. Todos a esa edad pasaron por el gym, pero pocos se quedaron. Lo mío duró 27 años y solo fue interrumpido por mi cirugía de reasignación/reafirmación sexual.

El deporte ha sido mi gran amor. También me di cuenta muy rápido, que el abuso del alcohol y el gimnasio no se llevaban y uno tenía que ganar, además de las nefastas consecuencias del primero. Un aviso de algo que pudo convertirse en grave y por suerte no pasó a mayores en una borrachera, fue suficiente para darme cuenta, que con eso no se juega o terminas mal. Decidí que nunca más. El ejercicio resultó ser mi escape sano al stress y la frustración. Hay que aprender a gestionar nuestro stress, que en la vida moderna siempre está ahí. Mejor hacerlo de una manera positiva.

Vino también algo bien importante, que pareció ser una maldición, pero resultó ser una gran bendición: mi familia se quedó sin dinero. De vivir una buena vida pasamos a vivir 4 personas en un cuartito, y así viví dos años durmiendo en un colchón en el piso. Tanto la riqueza como la pobreza me enseñaron grandes lecciones. La riqueza me enseñó a hablar de tú a tú con quién sea, ya que esas personas millonarias o famosas que vemos tan lejanas están llenas de miedos y defectos también. La pobreza me enseñó la satisfacción de levantarme de la adversidad y lograr algo con mi propio esfuerzo y a ver lo que en verdad vale en la vida. Fue muy duro, pero sirvió de entrenamiento para enfrentar los momentos más difíciles de mi transición.

Comprendí que tenía que estudiar, ya que yo no tenía una empresa familiar donde caer en blandito como mis amigos. Con la universidad y el ejercicio sentí que volvía a ser yo. Logramos rentar nuestro primer departamentito después de esa gran crisis y celebramos pidiendo una pizza. Fue un momento realmente feliz para mi familia, que tenía poquito, pero mucha unión y orgullo de estar saliendo adelante. Pronto me di cuenta, que necesitaba también una maestría si quería llegar lejos, y en contra de todos los obstáculos, logré irme a Inglaterra a estudiar un MBA. Fue una época muy feliz, sin embargo, no se me daba poder tener novia. Era en contra de la lógica porque era una persona buena, dedicada, deportista y yo no entendía ya contra qué estaba luchando.

Si mi monstruo se llama “Everest” va a estar duro, pero lo intentaré subir. Sin embargo, era imposible luchar contra un monstruo invisible. Entonces pasó algo en Inglaterra que solo años después pude procesar y darle su justa dimensión. Una pieza fundamental en el rompecabezas. Un día tocaron mi puerta y al abrir estaba mi compañera de pasillo, Samia, una niña inglesa. “¿Quieres venir a una fiesta?” preguntó, es “La fiesta del Rocky Horror Show”…

 

¡Aquí puedes leer la parte 1 y parte 2 de esta increíble historia!