La esperanza es el mejor de los males pues prolonga el dolor de los hombres y es preferible subsistir bajo una falacia feliz que aquella realista que solo entrega sufrimiento.
Cada día me levanto y no sé si será el último, si todavía mi cuerpo resistirá al dolor de seguir yendo al médico para que me diga lo mismo de siempre, que los fuertes síntomas iniciales que presento son normales y que debo resistir un poco más, solo un poco.
Todos los días es la misma incertidumbre, miedo, esperanza, pero también cansancio, aquella fatiga que me persigue y está atada a mí cómo si me avisara que pronto dejará de ser una carga más, para después convertirse en un sueño profundo en el que espero, no seguir sintiendo más dolor.
Y es que el dolor no solo es físico, desde aquel resultado positivo las palabras me parecen más importante junto con el trasfondo que se esconden detrás de ellas, nunca les había prestado tanta atención como ahora lo hago y me apena darme cuenta de que mucho tiempo juzgué sin percatarme de ello.
“Escuché que la enfermedad es ‘contagiosa’, tengo entendido que aún con medicamentos puedes hacer que la otra persona se enferme y hasta lo puedes matar”, dijo alguien quien pensé sería la última persona del mundo en hablar así de un tema tan delicado como el que padezco.
“Me parece poca madre que las personas infectadas lo sigan haciendo, como si nada, ¿Qué no entienden que eso fue lo que las enfermo? No hay duda de que el que busca, encuentra”, expresó otra persona que no solo era mi mayor confidente, sino que era la única a la que planeaba contárselo.
Es irónico que encontré el apoyo donde menos lo esperaba, en seres quienes ni siquiera sabía de su existencia, pero apenas se enteraron de que vivía como ellos y me abrieron las puertas como si fuera un conocido de toda la vida.
Lo que más me duele de esto fue la reacción de mi padre, no lo merece, un hombre que con el que pese nunca tuve la mejor relación, siempre procuro darme lo mejor como ser humano.
“Entiende que, si estás enfermo, también me enfermas a mí ¿No entiendes que tuve amigos que murieron de ello? No me quiero imaginar que tú pases por lo mismo”, comentó mi padre cuando le dije la noticia y por primera vez entendí lo que significa tener el alma rota.
Todavía sigo esperando al médico que me llame para decir que hubo una confusión y el diagnóstico que me entregaron era erróneo, al igual las otras dos pruebas confirmatorias que me realizaron. En serio no lo entiendo, siempre tuve el mayor cuidado posible y aunque he de admitir que siempre fui abierto con mi libido, jamás fue irresponsable el ejercerlo.
Nadie tiene conocimiento de mi nueva vida, pero tengo que hacerle frente y llamarla por su nombre si quiero vivir sin prejuicios o miedos. Soy VIH positivo y como dijo alguien que tal vez critique el sitio para el que estoy escribiendo esto, pero no podría estar más de acuerdo con ella de que “mi condena no es mi sangre, sino la sociedad”.
El diagnóstico será algo difícil de enfrentar, pero la vida prosigue si lo permites y se detiene si la dejas. No sé para donde voy, pero sé de donde vengo y si estás entrando a un camino similar al mío querido lector, ten por seguro que, como tu escritor anónimo, saldrás adelante.