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Jorge Volpi dedica emocionante columna a su hija trans en periódico Reforma

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Vía: La Nación
¡El escritor mexicano dedicó su columna para celebrar a su hija trans!

¡Y ni modo! El también columnista utilizó su espacio en un periódico de circulación nacional (Reforma) para hablar sobre el reconocimiento de la identidad de su hija trans, ¡eale!

«Nuestro hijo reunió el valor para revelar que era nuestra hija. ¿Cómo no admirar a alguien dispuesto a enfrentar todo para ser quien es?«, inicia la columna de Volpi.

¡Hijas! ¡Me tienen bien emocionada y conmovida, chille y chile después de leer esto! No se pueden perder las precisas palabras de amors, admiración, respeto y reconocimiento que dedicó a su hija de 17 años, pasen a leers:

«Permanecimos tres horas allí, sentados junto a otras familias sobre las pequeñas bardas de piedra que enmarcan la plaza de Arcos de Belén, guareciéndonos bajo las cambiantes sombras del otoño, frente a las oficinas del Registro Civil de la Ciudad de México. Tres horas en espera de un nombre. O, en otro sentido, diecisiete años. O, si consideramos cuánto ha debido lucharse para llegar a este momento, décadas o siglos. El nombre con el cual ella ha soñado quién sabe desde cuándo (equivalente al de su personaje favorito de ficción). El nombre con el cual se piensa a sí misma. El nombre que desde hace meses usamos quienes la queremos. Ese nombre que significa mucho más que un nombre. El nombre que ella eligió para sí. Su nombre.

Poco antes de la pandemia, nuestro hijo reunió el valor para revelarnos que era nuestra hija. Sus palabras fueron precisas, transparentes: en realidad siempre lo fue. Así lo dijo: aunque antes no fuera capaz de formularlo con claridad, aunque por mucho tiempo no contara con las frases o las ideas para expresarlo, aunque hubiera debido callar ante la incertidumbre o la presión social, siempre lo supo. No había en su discurso -siempre ceñido, nunca pronuncia una frase de más- ninguna duda. Esta, nos dijo, soy yo.

Una sorpresa, y no. Como en una novela cuyo desenlace resulta asombroso, hubo que repasar toda la historia -su historia- desde el principio para darle sentido a detalles, guiños, anécdotas, instantes que de pronto se mostraron evidentes. Tal como nos contó, ella siempre estuvo allí.

Educado en un ambiente conservador -padre y escuelas católicas a cuestas- e imbuido del machismo prototípico de la clase media mexicana, desde los quince he buscado liberarme, no siempre con éxito, del alud de prejuicios que encarno. Nada me irrita tanto, por ello, como el desdén hacia la libertad individual: desprovisto de una formación con perspectiva de género, esta convicción me permitió, desde ese mismo instante, admirar la determinación y el coraje de mi hija. De quien desde ese segundo supe mi hija.

El proceso -su proceso- no ha sido sencillo, y todavía queda un largo camino por delante. Nuestro temor se dirige, sobre todo, hacia quienes ni siquiera se dan cuenta de sus prejuicios e intentarán hacerle la vida difícil. Y no me refiero a los sectores ultraconservadores que abundan en nuestra sociedad -y de los que cabe esperar poco-, sino a quienes, diciéndose liberales, no aciertan a ponerse en su lugar. En estos meses he constatado la ignorancia y la incomprensión dirigidas hacia las personas trans incluso entre quienes se asumen progresistas. Para disculparse, un amigo me dijo: es que es muy nuevo y yo nunca he vivido algo así. Si algo nos enseña la literatura, le respondí, es que todos somos capaces de ponernos en el lugar del otro o la otra: si no lo hacemos es porque nuestras ideas discriminatorias nos lo impiden.

¿Cuál es la dificultad para admirar a alguien dispuesto a enfrentar cualquier cosa con tal de ser quien es? ¿No es, justamente, lo que cualquier padre o madre anhela de sus hijos?

Vivimos tiempos contradictorios, donde quienes han sido discriminados cuentan con más oportunidades que nunca -aún endebles y limitadas- y donde se imponen nuevos motivos de exclusión. No puedo sino celebrar que la Ciudad de México cuente con auténticas políticas de izquierda contra la desigualdad: gracias a gobiernos como el de Marcelo Ebrard, y sobre todo el de Claudia Sheinbaum, bastaron unas semanas para que mi hija adolescente pudiera leer su nombre en su acta de nacimiento: la sonrisa que exhibió al hacerlo atempera cualquier adversidad.

Gracias a ella, a su madre, a la subdirectora del Registro Civil y a decenas de activistas, como el colectivo Transfamilias, algo tan básico como ser capaz de decidir quién se es, se ha vuelto posible en nuestra ciudad -aunque no, por desgracia, en el resto del país-. La espera valió la pena: así como mi hija tuvo la valentía para elegir su nombre -y su identidad- y logró inscribirlo oficialmente, estoy seguro de que así seguirá abriéndose paso en este mundo cargado de tinieblas y de luz.”

Con información de Reforma