Inicio ¡Columnas! Decir o no decir que vivimos con VIH: Esa es la cuestión

Decir o no decir que vivimos con VIH: Esa es la cuestión

11654

 Por Rodrigo Banda

¿Las personas con VIH debemos decir nuestro diagnóstico a cada una de nuestras parejas sexuales?

Mucho se ha discutido en redes las últimas semanas sobre sí las personas con VIH estamos obligadas o no a enunciar nuestro status, aún cuando se esté en tratamiento. ¿Es nuestro deber hacerlo? ¿Debemos asumir esa obligación como si fuéramos un riesgo

Cuando hablamos de VIH es bien sabido que Indetectable es igual a Intransmisible; es decir, que gracias a la medicación el virus puede reducir la carga viral en la sangre hasta hacerse indetectable, y así no transmitirse por la vía sexual. Entonces, si ya tenemos un virus en estado apacible y sin poder transmitirse, ¿por qué deberíamos decirlo? Y lo más importante, ¿por qué habríamos de seguir siendo consideradas una amenaza?

Pero, aunque se trate de una premisa fácil y sencilla como Indetectable = Intransmisible, la realidad es que se trata de algo que muchos desconocen y que, a veces, incluso, se niega a reconocer. De hecho, es a partir de este desconocimiento de la indetectabilidad y la no transmisión que surge esta idea de que las personas que vivimos con VIH sigamos siendo vistas aún como las principales causantes de los nuevos casos de transmisión. Y es justo desde ahí, que se cree que nos toca avisar previamente de nuestros diagnósticos a todas las personas con las que nos acostamos como una forma de «advertencia».

Lo real, es que todas estas “creencias” no son más que una demostración de que, respecto al VIH, se ha logrado avanzar científica y médicamente en los últimos 40 años, pero socialmente se sigue prefiriendo pensar en narrativas que victimizan a quienes lo vivimos, poniéndonos siempre como las culpables de que sigamos viviendo en esta epidemia desde hace 41 años. Es así como parece ser que tenemos dos bandos: los que se cuidan y los que no nos cuidamos y por ende, “nos toca” cuidar a las demás.

Aquí es importante aclarar que cortar la cadena de transmisión no es una cosa propia de quienes ya tenemos VIH, es un asunto de acceso a la información, a las pruebas de detección y al tratamiento que propiamente le corresponde al Estado y sus instancias de salud y que su falta de compromiso ha dejado a un lado el compromiso de elimina esta pandemia. De hecho, en la reciente conferencia anual del Sida en Montreal, la ONU presentó su informe In Danger en el que advierte que la respuesta mundial a la pandemia de VIH cayó en todo el mundo como consecuencia del COVID-19.

Esto se debe a que se han relajado (aún más) las estrategias de detección y prevención, lo que ha ido retrasando la erradicación de detecciones planteadas al principio para el 2025 y ahora, hasta el 2030. De hecho, en América Latina, la pandemia sigue concentrada en hombres que tienen sexo con hombres (HSH). En el último año, 110 mil adquirieron VIH tan sólo en nuestra región, y desde el 2010, los casos de VIH aumentaron 5%, aunque las muertes por causas relacionadas con el sida disminuyeron un 28%, gracias al acceso al tratamiento. Cabe mencionar que América Latina casi no recibe fondos internacionales para VIH.

En este punto, hay que recordar que en México, los fondos gubernamentales que apoyaban a las asociaciones civiles y grupos comunitarios fueron retirados hace un par de años por la administración federal. Lo cual no ha parado ni frenado los trabajos comunitarios; instancias que han dado respuesta inmediata a la energía sanitaria del monkeypox en nuestro país.

Se trata entonces de una exigencia hacia el estado más que a las personas con VIH; ya que los datos de incidencias en los nuevos casos nada tienen que ver con quienes ya lo vivimos sino con los casos que no se conocen aún. Esto para nada, condena a quienes no han sido detectados, sino todo lo contrario; habría que preguntarnos: ¿cómo hacemos para acercar a las personas a las pruebas y la atención adecuada y pertinente?

Es este cuestionamiento nos lleva a saber que es algo que mucho tiene que ver completamente sobre los accesos a la salud y todo lo que ello implica; lo cual deja de lado la importancia de los status de las personas con VIH, pues si bien pareciera que le debemos nuestra indetectabilidad para «prevenir», la realidad es que nuestro status solo sigue sirviendo para seguir siendo «contagiosas» para las demás.

Dejar estas ideas a un lado nos lleva a entender que los medicamentos con los que ahora tratamos el VIH son prácticamente un hito farmacológico. Pasó poco tiempo después de que estas llamadas triterapias -las cuales han forjado nuestros tratamientos actuales- fueran aprobadas, para que las personas con VIH nos diéramos cuenta de que nuestra carga viral se reducía significativamente hasta llegar a la indetectabilidad. Suena simple pero fue toda una innovación e incluso un hecho conmovedor llegar ahí después de las muertes por sida y de los primeros medicamentos, los cuales enfermaban más que lo que «sanaban».

Diez años después de la indetectabilidad llega la no transmisión, ahora sí. Esto, gracias a dos estudios científicos el PARTNER 1 y el PARTNER 2. El primero mostró por allá del 2014, tras más de 44,000 relaciones sin condón entre parejas serodiscordantes (homo y hetero) que en ningún caso presentaba transmisión de VIH dentro de la pareja. Mientras que el segundo se dio a conocer en 2018, y comprende 783 parejas serodiscordantes (gays y HSH) que sumaron casi 77,000 relaciones anales sin condón a lo largo de año y medio, en el cual, NO SE REGISTRÓ NINGUNA TRANSMISIÓN DENTRO DE LAS PAREJAS.

En ambos estudios, las personas que vivían con VIH estaban en tratamiento antiretroviral, y esto comprobó que las cargas víricas menores a 200 copias en las sangre, no sólo hacen que el virus sea INDETECTABLE sino también INTRANSMISIBLE. Lo que se traduce en que, para los que tenemos VIH, la vida se vuelve más asequible. No sólo por no ser ya «un riesgo» para los demás, siendo INTRANSMISIBLES, sino porque además, nos permite tener relaciones, emocionalidad y una sexualidad más libre y sin estigmas desde nosotras; casi como cuando no teníamos VIH.

Y es justo en esta parte de la historia que se sustenta el argumento de que quienes vivimos con VIH, podemos reservar nuestro diagnóstico, pues es la INDETECTABILIDAD la que nos permite tomar las mismas decisiones y cuidados que cualquier otra persona que viva o no vivo con VIH. De hecho, incluso me atravería a decir que con una conciencia mayor. Pareciera de gran libertinaje, pero en realidad apela a la autonomía de cada una; es decir: si yo hago lo que me hace sentir segura para disfrutar de mi vida y mi sexualidad, NO TENDRÍAN QUE ESTAR ESPERANDO A QUE EL OTRO SE CUIDE PARA CUIDARME A MI.

Ahora, pues, es importante que las campañas e ideas de prevención no sólo recaigan en el uso del condón ni en que en las personas con VIH revelemos nuestro status, sino en hacer campañas de salud focalizadas en personas con VIH y el reconocimiento de nuestro placer y la calidad de nuestra salud. Porque si lo ponemos así, el riesgo ya no terminamos siendo nosotros sino la sociedad que quiere obligarnos a jugar el papel del riesgo cuando realmente no lo somos.

Ahora, respecto a las leyes que castigan la confidencialidad del status de VIH por «peligro de contagio», su vigencia ha sido puesta en duda por ineficiencia y falta de veracidad en contraposición a todos los nuevos paradigmas del VIH y quienes vivimos con él. Para muestra la iniciativa de derogación de ley de parte de activistas como Alaín Pinzón y su colectiva VIHve Libre y la impuesta a finales del año pasado en el Congreso por parte del Dip Temístocles Villanueva y la Dio Ana Francis Mor. Esto se refuerza con la condena pública que hizo la Suprema Corte de Justicia en 2018, en donde pone en duda dichas acciones legales por no corresponder con las realidades actuales, además atentar contra los Derechos Humanos de las personas con VIH.

La solución no está en revelar los status de nadie, ya sea de VIH o cualquier otra ITS. Hay que considerar que la confidencialidad es un derecho que debe ser resguardado, pues el estigma y la discriminación nos siguen sometiendo al escarnio. Parece que sólo quieren que lo digamos sin considerar que la realidad es que el entorno sigue sin ser seguro. Para muestra, el chico que fue quemado en Quintana Roo el año pasado por decir que vivía con VIH o Juan N quien fue procesado por no decirle a su pareja que vivía con VIHaún estando en tratamiento. Esto en pleno 2021.

Por esa razón, las visibilidades de las personas con VIH se convierten en un acto valiente y valioso que a su vez, nos sirve como una herramienta de incidencia para desmontar que los estigmas y discursos de odio siguen vigentes. Por eso, la próxima vez que pensemos que sólo las personas con VIH somos responsables del cuidado de todas las demás personas, recordemos que las vidas con VIH no son un peligro sino un refuerzo a los avances y la importancia de la detección oportuna y el acceso a la información y al tratamiento, que es debería ser la verdadera exigencia. Y no a nosotras, sino al Estado y las instancias de salud.