Un italiano llamado Bruno, un herrero aficionado, comenzó a construir atracciones cada vez más complejas y cuya única fuente de energía provenía de quienes lo usaban: columpios, montañas rusas, toboganes, ruedas gigantes, tiovivos…
Todo fue construido por el propio Bruno a lo largo de 40 años de un sencillo método: prueba y error. El objetivo inicial fue que los padres pudieran comer tranquilos mientras sus hijos se divertían, pero muy pronto fueron los mayores los que comenzaron a pedir más atracciones.