Al menos, sí, al menos 175 niños víctimas de abusos por 33 sacerdotes Legionarios de Cristo, entre 1941 y 2019.
60 de ellos, víctimas de Marcial Maciel.
Híjole, sé que deberíamos de estar cerrando el año en otro tono, pero la Legión de Cristo publicó, hace apenas 9 días, un informe sobre lo que llaman “el fenómeno del abuso sexual en la Congregación de los Legionarios de Cristo desde su fundación hasta la actualidad” (https://www.ceroabusos.org/wp/wp-content/uploads/2019/12/informe-comision-es-1941-2019.pdf).
Estoy molesto, más no sorprendido, no sólo por el tamaño del problema, sino por la ausencia absoluta de sustancia del informe. Es un informe meramente estadístico que no ofrece señalamiento alguno de responsabilidades, explicación o reflexión, más allá de ofrecer disculpas y sentir vergüenza -faltaba más-. No profundiza, por supuesto, en «el fenómeno», ni sus causas y, al menos en lo personal, lo sigo leyendo con la tradicional soberbia de esta legión.
Además, llama la atención que durante todo el informe llaman a Maciel «Padre». Para mi, la palabra padre o sacerdote (sí, en minúsculas), francamente, no representa otra cosa que un título que no tiene, en automático, ningún valor, significado o símbolo de respeto. Muy por el contrario. Muchas de las veces son personas bastante ignorantes que lucran con el dolor, pobreza y necesidad espiritual de las y los demás. No, no tiene una connotación positiva. Al menos no en automático. Si quieren respeto, gánenselo, como todos y todas en este mundo. No basta con vestir sotana.
Pero para ellos sí la tiene y no son capaces, ni en un informe sobre pederastia, de quitarle un título que, insisto sólo para ellos, lleva una connotación de respeto. Ni eso pudieron hacer.
La iglesia es la institución más poderosa del mundo que ha usado, histórica y precisamente ese poder para aplastar a las víctimas más vulnerables y proteger e institucionalizar lo que, cínicamente, llaman «fenómeno del abuso sexual».
No señores de la curia católica, no se trata de un «fenómeno». Un fenómeno es algo que sucede, se manifiesta y puede percibirse por los sentidos. Lo que llaman fenómeno son en realidad conductas específicas producidas, cultivadas, promovidas y protegidas por ustedes mismos. Llamen las cosas por su nombre.
Algunas y algunos dirán, no sin razón, que el informe es algo y que por alguna parte se empieza. Y sí, definitivamente es un paso en el conteo estadístico del problema, más no del reconocimiento de sus causas y asignación de responsabilidades personales e institucionales. Habrá que ver qué hacen con el informe, a qué conclusiones llegan y, sobre todo, qué mecanismos implementan para la prevención y sanción de esta problemática -que no fenómeno- que lacera no a la iglesia (ojalá fuera así), sino a las personas en mayor situación de vulnerabilidad en la sociedad: nuestras niñas y niños.
Sumado a esta noticia, el Washington Post publica, hace algunos días, que tanto Juan Pablo II (sí, ese señor que está en los altares y en fotos de casi todos los hogares mexicanos) como Benedicto XVI, recibieron sobornos por parte del ex cardenal McCarrick, acusado de agresiones sexuales, por hasta 600 mil dólares, junto con un gran número de curas encargados de investigar las acusaciones en su contra.
¿Todavía no nos enojamos? ¿Ya vieron la película «Los dos papas»? ¿No? No la vean. A menos de que quieran ser víctimas de la más burda manipulación. Poco le faltó para santificar a Benedicto y Francisco es más bueno que el mismo Jesucristo. Ahora bien, si quieren darse una idea del nivel de manipulación, vayan a la parte en la que Benedicto «confiesa» que sabía lo de Maciel. Confesión que empieza en el único momento de la película en la que «desaparece» el sonido. Cínicos.
Juan Pablo II y Benedicto XVI representan, para mi, el mejor síntoma de por qué la iglesia está como está. Son criminales que usaron todo su poder, el más grande y absoluto en la tierra, para abandonar y aplastar a las personas que juraron amar y proteger. Así de claro, así de contundente.
Querida y querido lector, si esto no te indigna. Si esto no te enoja, entonces, déjame decirte que estarás, como ellos, en el lado equivocado de la historia, por decir lo menos.
Aquí, la verdad, nos ponemos del lado de las víctimas. Nunca más el beneficio de la duda a la institución más poderosa del planeta, ni a su curia ni dirigentes corruptos y criminales.
Y ojo: esto no es un ataque contra la fe de nadie. Muy por el contrario. Tendría que, en todo caso, entenderse como la defensa más aguerrida de ella. Quien haga, como Maciel, Juan Pablo y Benedicto, esto en nombre de Dios (de cualquier Dios), debería de indignarle al más creyente. Estoy completamente convencido de que, si Dios existe, si se trata de ese Dios bueno y justo del que hablan, sería el primero, como nos cuentan que hizo Jesucristo al destruir el templo, en clausurar a la institución, repartir sus riquezas y reconstruir desde cero. Estaría, estoy seguro, siempre del lado de las víctimas, nunca de los victimarios.
Si eres una persona de fe y, en particular, de fe católica, te invito a ser la primera en indignarte y enojarte. Estos criminales están haciendo lo que hacen, amparados y a nombre del Dios en el que crees. Ya basta.
No le deseo el mal a nadie, ni al peor de los criminales. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que, de haber tenido enfrente a Maciel un día, me habría encantado decirle que merece irse a ese lugar, que ni existe, pero que él y su iglesia usan, desde el momento en el que nacemos, para torturar a su gente: el infierno.
Prometo regresar con un contenido distinto y propositivo en mi siguiente entrega. Pero teníamos que hablar de esto. No podíamos cerrar el año y hacer caso omiso de estas dos noticias que, entre tanto que pasa en estas fechas, pasaron casi desapercibidas. Te invito, pues, no sólo a reflexionar sino a enojarte y, una vez bien enojada y enojado, tomes decisiones que te lleven a acciones puntuales y concretas. Ya cada quien sabrá qué hacer con esta información. Yo, por lo pronto, daré puntual seguimiento a lo que le siga al informe. Habrá que estar pendientes. Exigir cuentas y señalar responsables. Y, por supuesto, a trabajar y seguir apostándole a la educación sexual: ahí está la clave.