A ver hijas de la guayabota, una de ustedes me contó la historia de cuando le sucedió lo que a muchas les pasa (obvia a mi NUNCA), y que es la causa de muchas decepciones amorosas: me enamoré de un buga.
Sí, así como lo leyeron: la comadra se enamoró del menos indicado. Y como es lo correcto, llegó el momento de hablarle a esa comadre, sí, tú, la que quiso comerse el postre antes de tomarse el aperitivo; la que quiso ponerle la cola al burro, teniendo un tigre enfrente; en fin, tú, la que quiso jugar a los tazos y lo único que pudo voltear fue la cara, pero ¡de vergüenza!
Esos amiguitos heterosexuales, la mayoría de los casos, provocan grandes decepciones, y es que si llegan a acceder a que les pongas las manos encima (y un par de fluidos también), culparán al alcohol o a lo calientes que estaban, y ahí estarás como San Antonio, de cabeza por el chacal que no te va a hacer caso.
Amiguita, nuestros amigos bugas son el fruto prohibido, y por eso es tan tentador, pero lo único que tenemos que hacer es respetarlos y no pedirles que nos den todo… porque sino, ni su amistad nos van a querer dar.
Ponte lista comadra y mejor disfruta de la diversión que tu amigo puede brindar, y quien sabe, en una de esas lo agarras borracho, pero ¡TEN CUIDADO!, sin sentimientos de por medio corazón.
Y citando a mi comadre Ligia: mana, santa, reina, adorada, idolatrada, de la vida, del amor, muñeca, puerca, lagartona, pollodrila, culera, guachaperra, zorgatona… no te dejes…
Amiga… ¡Date cuenta!