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Cristo en la Cruz: Reflexión en el Pride de la CDMX

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Por Víctor Espíndola

En el multitudinario escenario de la 46ª Marcha del Orgullo LGBT en la Ciudad de México, un performance audaz y conmovedor capturó la esencia de la lucha y la celebración: la representación de Jesucristo, montado en una cruz y rodeado por soldados romanos, se alzó no solo como un acto de expresión artística, sino como un potente comentario social.

A la postre, este acto logra profundizar en la realidad, provocar disrupción y reproducir la cancelación social y la violencia que enfrentó Jesucristo, reflejando así las adversidades que aún enfrenta la comunidad LGBT.

Este performance en particular se inscribe en una tradición de iconografía religiosa adaptada para expresar y confrontar temas sociales urgentes dentro de la comunidad LGBT.

No es la primera vez que símbolos religiosos son resignificados en la marcha; recordemos la memorable representación de la Virgen de Guadalupe por el activista Polo Gómez.

Al igual que en ocasiones anteriores, esta representación  de Cristo en una cruz desafía las percepciones convencionales de lo sagrado y lo profano, invitando a los espectadores a una reflexión más profunda sobre la inclusión, el sacrificio y la redención.

El propósito de transformar estos íconos religiosos en emblemas de resistencia y declaración tiene un triple impacto: primero, se arraiga en la realidad al traer a colación las narrativas de persecución y sufrimiento que resuenan tanto en la historia religiosa como en la lucha contemporánea por los derechos LGBT.

Segundo, genera polémica al interrumpir la cotidianidad y desafiar las expectativas sociales sobre la religión y la sexualidad. Tercero, induce a la sociedad a reflexionar sobre su propia reacción a las figuras que, como Jesucristo, sufren cancelacion social y violencia por su identidad o mensaje.

Este performance, por tanto, no solo es un acto de memoria y reivindicación de la identidad LGBT a través de figuras históricamente cargadas de significado, sino también un llamado a la comunidad en general a examinar y cuestionar las estructuras de poder y creencias que dictan quién merece ser «santificado» y quién no.

En la Ciudad de México, este acto se convierte en un momento de catarsis colectiva, un espacio donde el arte y la protesta se entrelazan para dar voz a aquellos que, a lo largo de la historia, han sido marginados o silenciados por su verdadera naturaleza.