La frase “quédate en casa” tiene, como base implícita, la premisa de que la casa, mi casa, es un espacio donde estoy y, sobre todo, donde me siento seguro. Sin embargo, la contingencia mundial que vivimos a partir de enfrentar el problema de salud pública derivado del COVID19, ha puesto en evidencia lo que, para muchas personas, era ya una realidad: la casa no ha sido y no es un espacio seguro para ellas.
Si bien para la mayoría de las personas la casa normalmente ha representado ese lugar donde pueden ser ellas, donde se sienten seguras, amadas, respetadas y validadas, la realidad para una gran parte de la población LGBTI+ es muy distinta. Tan sólo en México, de acuerdo con la Encuesta sobre Discriminación por Motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género (ENDOSIG 2018), más del 25% de las personas LGBTI+ han sufrido rechazo familiar por motivos de su orientación sexual. Este número se eleva a casi un 40% cuando se trata de su identidad de género.
Por su parte, de acuerdo con instancias oficiales, durante la contingencia se ha incrementado significativamente el número de reportes vía telefónica relacionados con violencia intrafamiliar, específicamente en contra de las mujeres. Según indican, hay una importante cantidad de reportes de mujeres que advierten la combinación de violencia y el consumo de alcohol, así como frustración sobre lo económico, laboral e incertidumbre, que deriva en violencia física y psicoemocional.
Esto quiere decir, en pocas palabras, que la invitación a “quedarse en casa” resulta, para muchas personas, entrar en un espacio que es poco seguro y, en algunos casos, profundamente violento por el simple hecho de ser quienes son y de amar a quienes aman.
Comprender esto tiene que obligarnos a replantear seriamente qué tipo de sociedad hemos formado si la familia, entendiendo que hay muchos tipos y todos válidos, como base nuclear del constructo social, no es un lugar seguro para todas y todos.
El México post-pandemia tendrá que apostarle a transformar a la familia y convertirla en un núcleo real de apoyo, aceptación, respeto y cariño. No podremos construir una sociedad que no tenga una base que se fundamente en aquella cualidad que nos hace, precisamente, humanos y que nos distingue de cualquier ser vivo: la empatía.
La enorme virtud que tiene la transformación de la familia, en cualquiera de sus formas y representaciones, es que tiene la capacidad de crear individuos más sanos, más productivos, más felices y, por supuesto, más plenos. Así, reconocemos que la casa, la familia, tiene que ser, no sólo un espacio seguro, sino aquel en dónde el individuo se nutre, se forma y se convierte, en definitiva, en eje y sustento del cambio social.
Ahora bien, no tenemos que esperar a que pase la contingencia para actuar y tomar cartas en el asunto. Hay temas y, sobre todo, realidades, que no pueden esperar. Todas y todos podemos, desde ahora, hacer algo para crear espacios más seguros y empezar a construir el México que nos merecemos y necesitamos. De hecho, recientemente me asocié con ADIL (Alianza por la Diversidad e Inclusión Laboral) y, desde ahí, intentamos desarrollar estrategias que nos permitan justamente llevar esto a cabo. Tú, que me lees, puedes acercarte a nosotros y desarrollar juntos estrategias que ayuden a contribuir a este cambio al que aspiramos.
Citando a mi colega Akiko, de Sexcandala, la familia tiene que ser ese lugar en el que no sólo se reconoce y valida a las personas, sean LGBT o no, sino en el que se celebra su existencia. En pocas palabras, el México post-pandemia tendrá que ser uno más empático que, primero, reconozca y valide una realidad que por mucho tiempo no fue visible y, segundo, uno que le apueste a construir un núcleo familiar que tenga como objeto la formación de la persona como epicentro de la transformación social.