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Subiendo 8 Everests, una historia de superación trans por Juliette Greenham Parte 1

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Juliette Greenham

Fue a la edad de 4 años que me supe niña; y tengo el parámetro para saber que fue a esa edad, porque veìa “La Princesa Caballero”, una caricatura en que la princesa Zafiro se hacía pasar por príncipe para conservar el reino. Me enamoré de ella, pero además era ella, siendo forzada a pasar por niño allá afuera. Como en la caricatura, Dios me había puesto corazón azul, mientras que un ángel travieso llamado Cachito me puso también uno rosa. ¡Que desastre! Solo que, en esos tiempos, nadie acusaba a la caricatura de ser una conspiración para que la gente trans dominara el mundo. Hay cosas que estaban mejor antes.

Valientemente, como Zafiro, protegí a todo mundo de la verdad durante 40 largos años. No hubo cómo convencer a mis papás de que me cambiaran a una escuela mixta, ni manera de explicar que tenerme que encuerar enfrente de 30 hombres cada martes que tocaba natación, era un acto sumamente violento para una niña. Si iba a tener que nadar entre los tiburones y salir viva, necesitaba una estrategia muy inteligente.

Así, aprendí a hacer ejercicios de conciencia profundos, para aprender a leer las situaciones mejor que nadie, por lo que verdaderamente eran. Por supuesto que no salí ilesa, pero aquí sigo. Este ejercicio trajo algo inesperado, que se convirtió en mi mayor búsqueda de vida. Me explico: lo que te contaban allá afuera, en la sociedad, era chafa, promedio. No me satisfacía. Así que busqué todo lo que significara conocimiento superior. En sexto de primaria estudiaba libros de medicina para adultos, en secundaria sabía volar un avión por instrumentos y leía libros sobre las experiencias cercanas a la muerte o de civilizaciones antiguas. Mi búsqueda de vida fue aprender a hackear la Matrix y ese proceso me acompañó e hizo posible mi transición.

Aprendí a llevarme bien con la mayoría. De repente me daba por mejor pasar desapercibida, al grado de perder competencias deportivas a propósito para no llamar la atención. En unas olimpiadas de todas las escuelas de legionarios (uf, si, pequeño detalle, estaba en la peor escuela posible) me di cuenta que iba a ganar el trofeo del mayor número de competencias ganadas y de plano cuando vi que también iba a ganar el maratón, fingí un calambre para dejar pasar a todos. Con todo, ¡que me hacen pasar al frente de todas las escuelas porque gané el segundo lugar! No está bonito, pero vivía obsesionada con la idea de que la gente iba a descubrir que era niña y mantenía bajo perfil.

Muchos años después, en una junta con un banco fondeador alemán, la líder del equipo bancario regañó a nuestro Director General “porque todos en el equipo directivo éramos hombres” ¿ni una mujer directora? Ella no lo sabía, pero si había una mujer. O quizá lo intuyó cuando al Director de Planeación Estratégica se le salió un suspiro, por allá del otro lado de la kilométrica mesa de la sala de dirección.

Eso estaba por cambiar, en un día en que inocentemente estaba comiéndome una ensalada en mi oficina. Pero no nos adelantemos, que todavía hay mucho que contar…